INSTINTO MATERNAL: ¿INNATO O APRENDIDO?


Tradicionalmente se ha pensado que el instinto maternal consiste en una predisposición biológica hacia la maternidad, de carácter innato y hereditario. Se suele decir que en algún momento de la vida de la mujer se “activa” su reloj biológico y siente deseos de ser madre, convirtiéndose este deseo en una necesidad vital. Sin embargo, hay muchas mujeres que no sienten este deseo de ser madres, ¿qué ocurre en estos casos?, ¿debemos pensar que sufren algún tipo de alteración biológica?

 El hecho de pensar que el instinto maternal está genéticamente determinado ha generado en muchas mujeres carentes de tal instinto, sentimientos de culpa, pensamientos negativos sobre sí mismas y un autoconcepto empobrecido, ya que sus necesidades no van en consonancia con lo que socialmente se espera de ellas.

Ahora bien, ¿qué dicen los expertos sobre este tema?

Existen numerosas investigaciones al respecto, sin embargo, me parece pertinente mencionar que, aunque la ciencia tiene como primera premisa la objetividad y la contrastación científica de sus hipótesis, difícilmente puede ser ajena a la influencia social, histórica y cultural. Esto ha conllevado que se realicen numerosos estudios sobre los factores fisiológicos que influyen en la maternidad, pero existen menos investigaciones sobre la influencia social y cultural. Por tanto, desde el punto de partida, la balanza se inclina más hacia los factores biológicos en detrimento de los sociales.

 Muchos de estos estudios se han basado en detectar en el cerebro de la mujer aquellos mecanismos que desencadenan el instinto maternal. Ciertamente, el cerebro materno (y el paterno), cambian durante el embarazo para facilitar un estado de sensibilidad que dé respuesta a las necesidades del bebé en camino. De tal forma, la acción de hormonas como la prolactina, la progesterona, los esteroides, la oxcitocina y la vasopresina permiten vincularse al bebé, ser sensible a sus necesidades y desarrollar conductas de protección y cuidado hacia éste.

Sin embargo, sin restar importancia a estos hallazgos, por sí mismos no abarcan una realidad tan compleja como es la maternidad.

Quizás en la historia han quedado relegadas a un segundo plano las voces y los estudios de mujeres como Simone de Beauvoir, precursora del movimiento feminista, que a mitad del siglo XX, defendía que la mujer había sido definida a lo largo de la historia como madre y esposa, afirmando que la maternidad se ha utilizado históricamente para definir y legitimar el papel subordinado de la mujer en la sociedad. Según esta autora “no se nace mujer, se llega a serlo”, haciendo referencia a que desde niñas, las mujeres asumían el rol cuidador, y se les educaba para desarrollar este papel y era lo que se esperaba de ellas, por lo que las mujeres tenían que cumplir con estos preceptos para ser aceptadas en la sociedad y tener reconocimiento social.

Desde esta perspectiva, el instinto maternal es una construcción social, un sentimiento que ha ido cambiando a lo largo del tiempo y que, por tanto, no puede considerarse como algo natural.

Otras teorías siguen esta dirección, como en el caso de Elisabeth Badinter, filósofa feminista francesa e historiadora, que llega a cuestionar la existencia del instinto maternal, rechazando la consideración de la maternidad como destino único y exclusivo de las mujeres.

De hecho, el instinto de define como “una conducta innata e inconsciente que se transmite genéticamente entre los seres vivos de la misma especie y que les hace responder de una misma forma ante determinados estímulos”. Ciñéndonos a esta definición no podemos hablar de instinto maternal como tal. En mi opinión sí existe el deseo y la necesidad de ser madres, pero no se trata de algo innato y universal, más bien responde a una cuestión socio-cultural y personal. De esta forma, las características personales de cada mujer, unidas al contexto en que se han desarrollado, influirán en su deseo de tener hijos o no tenerlos.

Tradicionalmente (y aún en la actualidad, aunque en menor medida), desde que nacen, compramos a las niñas muñecas, cocinitas, las orientamos hacia el cuidado de los demás, por lo que no es de extrañar que, tras años de jugar a ser madres, se desarrolle el deseo de serlo en realidad. Con esto no quiero decir que me parezca mal que se regalen este tipo de juguetes a las niñas, de hecho me parece beneficioso siempre que no se haga una diferenciación de género (regalarlo sólo a las niñas, considerarlo juguetes femeninos), ya que los niños cuando son pequeños necesitan conocer su realidad inmediata, y hacerlo a través de juguetes que imiten situaciones de la vida diaria es una buena herramienta para ello. Sin embargo, no debemos limitarnos a este tipo de juguetes, debemos ampliar el abanico de juegos y juguetes estimulantes, y ya cuando crezcan, que decidan por sí mismas si quieren o no ser madres.

Por tanto, podemos concluir que en el desarrollo del instinto maternal, influyen factores biológicos y socio – culturales, y que todos estos factores confluyen y afectan a cada mujer de manera diferente, en función de sus características personales y de sus vivencias, por lo que no tiene que estar presente en todas las mujeres ni de la misma manera.



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